En nuestros universos europeos vivimos rodeados y rodeadas
de tecnología. En concreto, las tecnologías de la información y la comunicación
han provocado una sobrecarga en la cantidad de estímulos que recibimos
diariamente. Apenas quedan hogares donde no exista una televisión; y cuando
esto es así, sucede más a menudo por una decisión consciente y voluntaria que
por falta de recursos. Internet ha visto su uso generalizado en los últimos
años casi como si se tratara de un bien de primera necesidad. Es tanta su
influencia que el cine, la música o incluso los libros –dicen- pierden usuarios
por su culpa.
¿Qué ha ocurrido? El concepto de público está cambiando.
El público ya no es esa instancia colectiva que se reúne en un lugar común para
compartir un espectáculo. O al menos ya no es necesariamente eso. Existen
tantos tipos de público como de obras de arte. Existen públicos singulares,
anónimos, que carecen de un sentido de lo colectivo. Existen individuos
disfrutando en soledad que no saben que, en sentido estricto, conforman un
público. Y la gran pregunta es: ¿lo forman?
¿Y el teatro? Tradicionalmente hemos dividido al público
teatral en dos sectores distintos: el que consume teatro comercial (y la
palabra “consume” es aquí clave), y el que acude a las llamadas ‘salas
alternativas’ (apelativo el de ‘alternativas’ que también abarcaría cosas muy
dispares). Pero dentro de estos dos tipos existen otras distinciones que recorren
a ambos de manera transversal: público infantil, público familiar, público
adolescente, público anciano, público masculino, público femenino, público
blanco, negro, gitano, público urbano y público rural… Todos estos tipos de
público, definidos en función de categorías sociológicas como la raza, el
género y la edad, intersectan en muchos aspectos y se diferencian en otros.
A la hora de elaborar –y también de criticar- un
espectáculo, deberíamos pensar siempre en el público potencial al que el mismo
se dirige. Esto implica, desde luego, conocerlo, lo que significa no
prejuzgarlo de antemano ni atribuirle rasgos o categorías de pensamiento,
gusto, etc. de forma generalista y muchas veces aleatoria. Deberíamos no solo
tratar de sorprender a nuestro público, sino también dejarnos sorprender por
él.
Lo anterior se traduce en una actitud de respeto y
horizontalidad hacia nuestro público. En no tratar de aleccionar ni sermonear
como gurús de la tribu. A través de un espectáculo podemos enseñarle cosas al
público; pero por medio de sus reacciones el público también nos enseña cosas a
nosotros.
La presencia de internet y la aparición de nuevas formas de disfrutar del arte deben llevarnos a preguntarnos acerca de la posibilidad de hacerlo en privado: el acto de trasmisión, de comunicación de la obra de arte, ¿es posible en privado? En la actualidad algunos espacios se transforman, tratando de encontrar nuevas vías de respuesta para estos interrogantes. Es quizá el caso de un espacio como Microteatro por dinero, en el centro de Madrid, que divide su espacio en cinco microsalas en las que solo caben 15 espectadores por función y donde las obras se conciben también en formato micro de 15 minutos máximo de duración. Es resultado, al menos en términos económicos, es muy positivo. sin embargo, sigue tratándose de un público colectivo.
A medida que el público cambia, los creadores y las creadoras también lo hacemos. Y lo hace, necesariamente, nuestra forma de encarar la relación con el espectador. Todavía está por ver, no obstante, que sea posible la interacción teatral con un público radicalmente individualizado, privatizado, cómodamente sentado en el sillón de su casa.